Por Kristine Holst

Hace unas semanas, salió en la televisión un hombre de aspecto normal, vestido con un traje gris, y dijo algo que me hizo llorar.

El hombre era el primer ministro danés, Lars Løkke Rasmussen, y anunciaba que su gobierno iba a introducir una nueva ley sobre la violación basada en el consentimiento.

Para entender por qué la noticia sobre una ley me hizo llorar, hay que entender el viaje que estoy haciendo desde hace casi dos años; un viaje que comenzó una noche de verano, cuando me violaron.

No me violó un desconocido en un callejón oscuro, sino alguien a quien consideraba un amigo, en un apartamento donde creía que estaba a salvo. Pasaba la noche en su apartamento de Copenhague, como había hecho otras veces, cuando entró en mi habitación.

Quería sexo. Me negué. Se metió en mi cama. Me resistí. Me rodeó el cuello con el brazo, se me subió encima y me violó.

La mañana siguiente me encontraba en estado de shock.

Tardé un día entero en poder siquiera decir la palabra “violación”. En vez de ello decía “accidente” y, en muchos aspectos, la sensación que tenía no era muy distinta de la desorientación que se siente después de un accidente violento de automóvil.

En los días posteriores, traté de denunciar la violación a la policía. Me costó cuatro intentos, y en el segundo me llevaron a un pequeño despacho y me advirtieron de que podía ir a la cárcel si estaba mintiendo.

Durante el siguiente año y medio, traté de no naufragar navegando por un sistema de justicia complejo, lento y, a veces, invasivo. Lo peor de todo fue la insistencia de la policía, los abogados y el juez en si había pruebas de violencia física: en si yo había opuesto resistencia, en vez de en si había dado mi consentimiento.

Aunque había dicho muchas veces a mi violador que parara, me preguntaron una y otra vez por las pruebas físicas de que me había resistido.

Esa insistencia refleja el hecho de que la legislación danesa no define aún la violación atendiendo a la falta de consentimiento. En vez de ello, utiliza una definición basada en si hubo violencia física, amenazas o coacción o en si se determina que la víctima fue incapaz de oponer resistencia. La premisa de que la víctima da su consentimiento porque no se resistió físicamente es sumamente problemática, pues especialistas en la materia reconocen que la “parálisis involuntaria” o “bloqueo” es una respuesta fisiológica y psicológica habitual a la agresión sexual.

Esto es así no sólo en Dinamarca.

Paradójicamente, a pesar de su imagen de país de la igualdad de género, la realidad para las mujeres de los países nórdicos es completamente distinta. Como revela Amnistía Internacional en un informe publicado hoy, Dinamarca, Finlandia, Noruega y Suecia tienen unos índices de violación preocupantemente altos, y sus sistemas de justicia están fallando a las sobrevivientes de violencia sexual. Una legislación deficiente, y unos mitos nocivos sobre la violación y unos estereotipos de género generalizados desembocan en la impunidad endémica de los violadores en toda la región.

Según el Convenio de Estambul, tratado de derechos humanos ratificado por todos los países nórdicos, la violación y todos los demás actos de naturaleza sexual no consentidos deben ser considerados delito. Aunque Suecia modificó sus leyes el año pasado, Finlandia, Noruega y Dinamarca siguen utilizando una definición basada en si hubo violencia física, amenazas o coacción, o en si se determina que la víctima fue incapaz de oponer resistencia debido, por ejemplo, a que estaba dormida o fuertemente intoxicada.

Esta insistencia en la resistencia y la violencia en vez de en el consentimiento afecta no sólo a la denuncia de la violación, sino también a la sensibilización en general sobre la violencia sexual, aspectos ambos que son esenciales para prevenir las violaciones y abordar la impunidad.

El año pasado supe que habían absuelto al hombre que me había violado. El tribunal no había podido demostrar más allá de toda duda razonable su intención de ejercer violencia.

Me sentí molesta, frustrada y enfadada. Se evaporaron los restos de mi confianza en el sistema de justicia. Pero en lugar de rendirme, decidí actuar.

Me puse en contacto con Amnistía Internacional y otras organizaciones. Me reuní con otras sobrevivientes y, juntas, iniciamos la campaña #LetsTalkAboutYes (Hablemos del sí) para concienciar sobre la ausencia de justicia para las víctimas de violación.

El propósito de la campaña era abrir los ojos de la gente a las realidades, animarla a que tomara postura y cambiar actitudes sobre la forma en que se ve y se aborda la violación. Pero lo más importante era nuestro objetivo de cambiar la ley para que pudiera darnos, como ciudadanas, algo a lo que tenemos derecho: protección frente a la violencia.

Para que la campaña fuera efectiva, reconocimos la necesidad de romper el muro de silencio que rodea el tema de la violación. Junto con varias sobrevivientes de violación, empezamos a contar públicamente nuestras historias: primero en Facebook y luego de forma más amplia.

Al principio no fue fácil hablar de una experiencia tan dolorosa y personal con personas desconocidas y periodistas bajo la luz de los focos de un estudio. Pero cada vez se fue haciendo más fácil, y descubrí que también me daba fuerza.

En febrero, fui parte de una delegación que entregó 50.000 firmas que pedían al ministro de Justicia un cambio en la legislación de Dinamarca. En marzo, junto con otras sobrevivientes, hablé ante más de 100 periodistas y responsables de formular políticas en la presentación del informe de Amnistía Internacional sobre la violación que contenía mi historia.

Y no sólo hablamos: nos oyeron.

Puede que se vote muy pronto en Dinamarca una nueva ley que modifique la definición legal de violación. La esperamos con interés y confiamos en que refleje las prioridades que hemos expuesto las sobrevivientes.

Confío en que el viaje que empezó la noche de mi violación culmine pronto en la aprobación de una ley basada en el consentimiento no sólo en Dinamarca, sino también en Finlandia y Noruega.

Lo que esta experiencia me ha demostrado es que, si las mujeres nos unimos y denunciamos con valentía, el cambio no sólo es posible, sino inevitable.

Kristine Holst es periodista y ha trabajado con Amnistía Internacional en la campaña #LetsTalkAboutYes.

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VIVAS NOS QUEREMOS: Por un país sin violencia contra las niñas y mujeres
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