La población civil atrapada entre dos fuegos está pagando un precio muy alto, mientras las fuerzas iraquíes, con la ayuda de ataques aéreos de la coalición liderada por Estados Unidos, continúan su avance hacia el oeste en la ciudad de Mosul, en un intento de expulsar al grupo armado autodenominado Estado Islámico de los barrios situados al oeste del río Tigris. La operación militar para recuperar la ciudad, que comenzó el 17 de octubre de 2016, ha dejado ya cientos de civiles muertos y más de 300.000 desplazados.
Durante una visita de investigación en el norte de Irak, a mediados de marzo de 2017, Amnistía Internacional se reunió con algunas familias que buscaron un lugar seguro en campos para personas internamente desplazadas en la gobernación de Ninewa y en zonas cercanas bajo el control del Gobierno Regional del Kurdistán. Estas personas contaron historias de miedo y sufrimiento inimaginables.
Una madre de siete hijos en el campo para personas internamente desplazadas de Hasan Shami, controlado por el Gobierno Regional del Kurdistán, describió la escena en su huida de Mosul. Cuando los combatientes del Estado Islámico se apostaron en el tejado de su vivienda en el barrio de Tel Ruman, en Mosul oeste, abandonó su casa y se refugió con familiares durante seis días antes de huir de la ciudad:
“Mientras corríamos vi dos cuerpos, uno a cada lado del camino. Los dos eran ancianos con sus dishdasha [prenda árabe tradicional] y chaquetas. Al que estaba más cerca le habían disparado en el pecho. Era evidente que por su edad no habían podido correr tan rápido y los daeshi [término coloquial árabe para designar a los miembros del Estado Islámico] les habían disparado. La gente no puede quedarse a hacerse cargo de los cuerpos cuando las balas vuelan por todas partes. Vi a otra mujer alcanzada por un francotirador, y sus hijos siguieron corriendo. Los he visto más tarde en el campo. Hablaban de su madre con un miembro de las fuerzas de seguridad y el hombre les dijo ‘Olvídenlo. Su madre está muerta’”.
Antes de la ofensiva, el gobierno iraquí había ordenado a la población civil que permaneciera en el interior de sus casas. Las personas que intentaban huir lo hacían a sabiendas del riesgo de ser detenidas o ejecutadas sumariamente por los combatientes del Estado Islámico. Hombres y mujeres, niños y niñas y personas de edad caminaban y corrían por espacio de kilómetros. Para sobrevivir y ponerse a salvo, algunos no tenían más alternativa que dejar atrás a miembros de su familia.
Una anciana de Hay al Amel, en Mosul oeste, dijo que había visto a una madre joven abandonar el cuerpo de su niño, que al parecer había muerto de frío mientras huían del barrio:
“Lo envolvió en una manta y lo dejó al borde del camino. Pude oír sus alaridos por su bebé mientras corría.”
Otras personas describieron su huida de los ataques aéreos que causaron la muerte de familias enteras dentro de sus viviendas, los combates terrestres que implicaban lluvia de fuego de mortero, y la escasez de agua y alimentos. La mayoría de las personas que huyeron lo hicieron de noche, bajo la lluvia, cuando la escasa visibilidad dificultaba las acciones de los francotiradores del Estado Islámico.
“Cuando el [dron] sobrevolaba una casa, esa casa era blanco de un ataque aéreo entre 15 minutos y una hora más tarde. Ellos [los combatientes del Estado Islámico] se mueven de pared a pared, disparan desde los tejados y en los patios de viviendas civiles. Nos obligaron a desencajar las puertas de la casa para poder entrar a su capricho, y nos hicieron abrir boquetes en nuestras paredes dentro de la casa para que se comunicara con la casa del vecino. Si intentábamos salir de la casa, nos golpeaban. Están armados, entonces ¿qué puede hacer la gente? ¿No lo saben los que ordenan el ataque aéreo?”, dijo a Amnistía Internacional un hombre de 28 años del barrio de Rijm Hadid.
Khattab, padre de cinco hijos, del barrio de Hay al Amel, relató cómo sus vecinos, una madre y sus cuatro hijos, murieron al ser alcanzada su casa:
“No había combatientes del Daesh en ningún lugar cerca de la casa. Cuando llegué no había más que sangre, escombros y partes de cuerpos. Vi la cabeza de la mujer decapitada. Reunimos las partes de los cuerpos en bolsas de plástico y las enterramos cerca de allí. Pensé para mí que ahora podríamos ser nosotros cualquier día, de modo que teníamos que marcharnos.”
Khawla Mohamed, de 41 años y madre de ocho hijos, de Hay al Tanak, Mosul oeste, dijo a Amnistía Internacional:
“Comíamos concentrado de tomate envasado con el pan que podía hacer con trigo triturado. El menor de mis hijos lloraba pidiendo leche, pero ¿de dónde iba a encontrarla? No tengo dinero, y aunque lo tuviera, ellos [los combatientes del Estado Islámico] están al final de cada calle. Si alguien intenta salir del barrio, lo mandan de vuelta, cuando no lo golpean. No distinguen entre hombres y mujeres.”
Los civiles que pudieron huir de la matanza llegaron a caóticos campos superpoblados y centros de selección improvisados. Amnistía Internacional visitó uno de estos centros en Hamam al Alil, unos 34 kilómetros al sudeste deMosul. El centro era gestionado por fuerzas pertenecientes al Ministerio del Interior y al Ministerio de Defensa iraquíes. También estaban presentes numerosos miembros de las Unidades de Movilización Popular, milicias de predominio chií, armadas y equipadas por el gobierno de Irak, algunas de las cuales han sido responsables de graves violaciones de derechos humanos, incluidos crímenes de guerra.
Varios camiones de ayuda humanitaria acompañados, por un convoy de miembros armados de las Unidades de Movilización Popular, llegaron al campo de personas internamente desplazadas colindante coincidiendo en el tiempo con la visita de Amnistía Internacional. Automóviles engalanados con banderas de las Unidades de Movilización Popular encabezaban el convoy, hombres con uniformes militares negros y verdes despejaron el camino subiéndose en el techo corredizo y haciendo varios disparos al aire. Personas internamente desplazadas desesperadas se abalanzaron sobre los camiones en medio de una desorganizada distribución de la ayuda. Contenían a la gente con palos, la gritaban y la amenazaban con no recibir nada.
Una madre de cuatro hijos que había huido de la zona de Badush, a unos 30 kilómetros al nordeste de Mosul, refirió que una distribución semejante de la ayuda humanitaria había tenido lugar cuando ella y su familia llegaron hasta las fuerzas iraquíes tras huir de las zonas controladas por el Estado Islámico:
“No detenían los camiones y la gente tenía que ir detrás de ellos para hacerse con el pan que arrojaban. Vi que un anciano corría hacia ellos y le arrojaron el pan a la cara. Nos filmaban. Ojalá nos hubiera alcanzado un mortero y hubiéramos quedado sepultados bajo nuestra casa en vez de vernos en esta degradación.”
Las personas que logran salir vivas de Mosul y sobrevivir al peligroso camino, se encuentran en entornos desesperados a pesar del apoyo que llega en abundancia a Irak de la comunidad internacional. Entre el dolor, la pérdida y el incierto futuro, los iraquíes desplazados de Mosul apenas tienen esperanzas de regresar pronto a su hogar. Y los que continúan atrapados en la ciudad corren peligro de morir cada segundo de sus vidas, pero huir no es menos peligroso.
Las fuerzas gubernamentales iraquíes y la coalición liderada por Estados Unidos deben garantizar que toman las precauciones necesarias para respetar las vidas de los civiles que continúan atrapados en Mosul oeste. Deben tener plenamente en cuenta el uso de civiles como escudos humanos, y hacer todo lo posible para establecer rutas seguras para los civiles que estén en condiciones de huir. Y las autoridades deben garantizar el respeto pleno de los derechos de las personas desplazadas.