Clare Fermont, de Amnistía Internacional, desde Johannesburgo (Sudáfrica) - 10 de diciembre de 2013A pesar de que esperaba la noticia de la muerte de Nelson Rolihlahla Mandela, me causó una gran impresión oír el anuncio solemne en la radio de mi apartamento de Johannesburgo anoche a última hora.Siempre me ha parecido que Mandela formaba parte de mi vida. A finales de la década de 1960, siendo yo una adolescente que vivía en el norte de Londres, tenía una estrecha amistad con la familia exiliada de Denis Goldberg, el único acusado blanco del juicio de Rivonia de 1964, en el que fueron condenados él, Mandela y otros dirigentes del Congreso Nacional Africano (ANC) a cadena perpetua.Esa amistad me hizo entender la crueldad e injusticia del apartheid, e inspiró mis inicios en el activismo. Participé en las protestas contra el apartheid y me manifesté ante la embajada de Sudáfrica en el centro de Londres, denunciando con poca esperanza las miserias del gobierno más descaradamente racista.Con el paso de los años, el lema "Libertad para Nelson Mandela" fue ganando intensidad a medida que el propio Mandela pasaba a simbolizar la creciente lucha que se libraba en las barriadas y en los lugares de trabajo de Sudáfrica, más allá de los muros de su cárcel.En 1989 fui por primera vez a Sudáfrica en el marco de la campaña de solidaridad con Moses Mayekiso, sindicalista negro juzgado por traición, un delito punible con la muerte. Tras 20 años de trabajo de campaña, pensé que entendía las lacras del apartheid. Pero no era así. No fue hasta estar con amigos y no poder entrar en los mismos edificios, ni usar el mismo transporte o caminar siquiera por las mismas playas, cuando me di cuenta realmente de la obscenidad del sistema.La absolución de Moses fue una de las señales de que el apartheid se estaba desmoronando y de que Mandela pronto sería libre. De regreso en Londres, ¡cuántas celebraciones hubo cuando Mandela dio los últimos pasos de su largo camino hacia la libertad!En las calles de JohannesburgoY ahora aquí estoy, en Johannesburgo, rodeada de gente que llora la muerte y celebra la vida de Mandela.Me he pasado todo el día preguntando a las personas, sobre todo a activistas, qué significaba Mandela para ellas. De forma casi unánime, las respuestas incluían una referencia a las cualidades que encarnaba Mandela: perdón, honradez, generosidad de espíritu, determinación y valentía.En un país que está envuelto en corrupción y que todavía debe superar terribles desigualdades económicas, estos sentimientos encuentran un fuerte eco y ofrecen una enorme esperanza.Al mediodía, caminé los 45 minutos que separan la oficina de Amnistía Internacional de la casa de Mandela. A medida que me acercaba, las aceras normalmente desiertas se iban llenando de personas de todas las edades, colores y religiones que llevaban flores o fotos de "Madiba".Muchas iban andando en grupos en los que había gente de diferente color de piel. Vi a una familia judía caminando lado a lado junto a una familia musulmana, todos charlando. Éste es el legado de Mandela, pensé.Me mezclé con la multitud congregada delante de la casa, que cantaba y bailaba acompasadamente, y comprobé que todos tenían ganas de explicar por qué querían rendir tributo a Mandela y de qué modo les había servido de inspiración.Una joven que había llegado con otras muchas personas detrás de una pancarta del Servicio de Policía de Sudáfrica que proclamaba "16 días de activismo para combatir la violencia contra las mujeres y los niños y niñas" me dijo: "Por supuesto que Madiba me ha inspirado. Sin él, nunca habría tenido el valor o siquiera habría pensado en participar en una acción de campaña para poner fin a la violencia contra las mujeres".Un hombre que trabajaba con grupos de jóvenes en Soweto afirmó: "Mandela me enseñó que todos tenemos un papel que desempeñar en construir la grandeza de nuestro país y que nada cambia a menos que la gente se levante y se ponga manos a la obra"."Tenía tanto miedo cuando liberaron a Mandela que pensé que nos iban a masacrar", me contó una mujer blanca de avanzada edad. "Pero él se aseguró de que no ocurriera. Por eso estoy hoy aquí".Parece claro que el legado de Mandela continuará inspirando a una nueva generación de activistas. "Quiero ser como Madiba", dijo una chica de 13 o 14 años, también de Soweto. "Quiero ser buena persona y hacer de Sudáfrica un lugar mejor en el que vivir. Creo que así es como puedo rendirle homenaje".