Celebridades irlandesas como Cillian Murphy y Anne Enright han pedido recientemente a Irlanda que derogue la 8ª Enmienda de su Constitución, que pone el derecho a la vida del feto a la par del derecho a la vida de la mujer. Sus llamamientos se basan en las devastadoras consecuencias que tiene la ley en mujeres irlandesas como Rebecca H, a quien se le negó el tratamiento que necesitaba pese a sufrir náuseas debilitantes durante el embarazo. Esta es su historia.
Siempre era lo mejor para el bebé, no lo que era mejor para los dos por igual. Su seguridad y bienestar tenían la máxima importancia para mí, pero necesitaba poner fin al embarazo.
Si la hiperémesis gravídica [náuseas del embarazo] no se curaba con el parto, estaba dispuesta a arrojarme delante de un tren. Quería que el bebé estuviera bien, pero no podía soportarlo ni un día más. Me sentía como una incubadora. Dejé de sentirme como un ser humano.
Las náuseas eran increíblemente debilitantes e incluso el movimiento de dar unos pasos me hacía vomitar.
Cuanto más avanzaba el embarazo, más abatida estaba. Empecé a perder la esperanza.
Ingresada en el hospital
Creía de verdad que iba a morirme y lo deseaba. No podía vivir ni un día más en ese infierno. Cuando estaba de 36 semanas, pasaba la mayor parte del tiempo en la cama, en el hospital, con los puños apretados y los ojos cerrados con fuerza suplicando que el mundo dejara de dar vueltas. Las náuseas eran tan paralizantes que eran peores que vomitar constantemente. La mayoría de los días apenas podía andar hasta el final del pasillo.
Me mintieron sobre la fecha [del parto]. Primero me dijeron que el próximo martes y luego que sería el jueves siguiente, después eran comentarios del tipo: "Bueno, dices que quieres a tu bebé, pero no puedes querer a tu bebé si quieres adelantar el parto [...] Estás poniendo la vida del bebé en peligro..." Dijeron que me inducirían el parto a las 35 semanas, luego fueron 36 y luego 37 y luego 38... siempre era la semana que viene.
[Al final] les dije: "Déjenme irme a casa, si no pueden ayudarme ya encontraré otro modo." Y entonces dijeron: "Bueno, en realidad no puede irse a ninguna parte." Dijeron: "Nuestro trabajo es cuidar del bebé, el bebé es lo primero." Les dije que su seguridad era mi máxima prioridad, pero que al mismo tiempo esto era una tortura. Una tortura total.
Obligada a soportar 36 horas de parto
Empezaron a presionarme para que tuviera un parto natural. Estaba tan débil y abatida que les pedí una cesárea y dijeron: "De ninguna manera, pondrías en peligro la vida del bebé."
No me sentía ni física ni mentalmente capaz de tener un parto natural. Les rogué y supliqué que me hicieran una cesárea programada, pero no me escucharon. Me indujeron [el parto] y me coaccionaron para someterme a miles de intervenciones durante 36 horas.
Les supliqué todo el tiempo, diciéndoles que yo sabía de qué era capaz mi cuerpo y que eso no estaba funcionando. Nadie escuchó, a nadie le importó. Dijeron que era más seguro así, pero para entonces llevaba semanas en el hospital y ya estaba más allá de mis fuerzas.
Mi hijo empezó a tener dificultades durante la inducción (lo que suele ocurrir en inducciones antes de término, algo que yo sabía y en lo que se basaba mi decisión de pedir [la cesárea]) y lo sacaron con una cesárea de urgencia. La primera vez que nos vimos fue cuando me llevaron en la silla de ruedas a la unidad neonatal y me señalaron una incubadora. Nunca recuperaremos ese precioso primer día.
En la actualidad se está haciendo un mal uso de la Octava Enmienda [de la Constitución irlandesa]. Se está usando para tratar a las mujeres como objetos y no como seres humanos. Si tuviera otro hijo en Irlanda temería por mi vida.