On 21 September 2015 Hungary's Parliament passed legislation authorizing the deployment of military forces to assist the police in securing the border and territory of Hungary in cases of

Dentro de una generación, en las escuelas se mostrará la imagen de un niño de tres años tumbado boca abajo en una playa.

Niños y niñas la observarán atónitos, en silencio, cautivados por ese niño que podría haber sido fácilmente su hermano pequeño o una versión más joven de sí mismos. Y su profesor o profesora les contará cómo esta trágica foto del cuerpo sin vida de Aylan Kurdi resume la histórica vergüenza mundial del año 2015, cuando la comunidad internacional fue incapaz de ayudar a millones de personas vulnerables en medio de la peor crisis de personas refugiadas desde la Segunda Guerra Mundial.

Los líderes mundiales -especialmente quienes gobiernan en las economías mayores y más ricas- tienen en sus manos la decisión sobre cómo termina esta clase de historia.

¿Cuál será su legado para las generaciones venideras? ¿Continuarán derramando lágrimas de cocodrilo mientras continúan invirtiendo en la fortificación de sus fronteras e ignoran la grave situación de millones de personas refugiadas? ¿O encontrarán su fibra moral y estarán a la altura de su responsabilidad de socorrer a quienes tienen el derecho de protección?

Aylan era solo una de las miles de personas de todo el mundo que murieron este año mientras huían del conflicto y la persecución. En una sucesión de dolorosas tragedias, sus cadáveres fueron arrastrados hacia las costas, se encontraron en naves condenadas o desaparecieron para siempre en las profundidades del mar Mediterráneo, del Egeo o del mar de Andamán.

Las cifras han aumentado mucho en los últimos años porque un número incalculable de personas está tomando la dura decisión de abandonar todo lo que más estiman en sus países de origen.

No se mueven por deseos egoístas, sino por su propia seguridad y la de sus seres queridos. La guerra, las atrocidades y el terror las han expulsado de Siria, Irak, Afganistán y de los múltiples conflictos que existen en África subsahariana. Obligadas por la persecución, muchas otras personas han huido de países como Eritrea, donde la oposición se trata con mano dura, y Myanmar, donde la minoría musulmana rohingya se enfrenta desde hace décadas a una discriminación auspiciada por el Estado.

El sistema mundial de protección de personas refugiadas se creó tras los horrores de la Segunda Guerra Mundial, precisamente para situaciones como estas.

Pero tenemos la memoria corta. Este sistema quedará en ruinas a menos que los líderes mundiales hagan caso a las lecciones de la historia y cambien ya su curso.

Aunque el aumento del número de personas refugiadas que llegan a la Unión Europea ha acaparado los titulares en los últimos meses, son los países más pobres quienes asumen la mayor parte de la respuesta a las múltiples crisis de personas refugiados en todo el mundo. Turquía y los países en desarrollo, fundamentalmente de Oriente Medio, África y Asia, acogen al 86 por ciento de los 20 millones de personas refugiadas en el mundo.

Los países más ricos no están haciendo lo suficiente para compartir esta carga.

Los llamamientos humanitarios para las crisis de personas refugiadas tienen una sistemática -y, a menudo, grave- carencia de recursos. António Guterres, alto comisionado de las Naciones Unidas para los refugiados, alertó en septiembre de que los llamamientos humanitarios mundiales estaban "en quiebra financiera". Esto tiene un efecto devastador en el acceso de las personas refugiadas a la alimentación, medicamentos y otros tipos de asistencia humanitaria.

En lugar de responder a este reto, quienes gobiernan en el mundo rico han ideado formas de mantener a la gente fuera de sus fronteras o lejos de sus costas, mientras miles de personas mueren en el mar o padecen condiciones miserables a la sombra de las alambradas de cuchillas. Es la bancarrota moral.

En última instancia, las crisis de personas refugiadas terminan cuando se abordan sus causas originarias. Los Estados deben tratar de poner fin a los conflictos y a los abusos generalizados contra los derechos humanos, pero estas son metas difíciles y requieren tiempo para ser alcanzadas.

Sin embargo, hay cosas que los países más ricos del mundo pueden hacer ya para reducir el impacto devastador de las crisis de personas refugiadas.

Amnistía Internacional pide acciones concertadas en ocho ámbitos prioritarios. Entre ellos figuran la financiación íntegra de los llamamientos humanitarios y la localización de lugares de reasentamiento para un millón de las personas refugiadas más vulnerables (el año pasado se reasentó menos de la décima parte de esta cantidad). También se necesitan vías legales y seguras para solicitar asilo, de manera que las personas refugiadas dejen de verse obligadas a embarcarse en viajes arriesgados.

Aunque la crisis es demasiado enorme como para que la resuelvan los Estados de forma individual, la comunidad internacional puede y debe trabajar de forma colectiva para compartir la responsabilidad de ofrecer reasentamiento y dar la bienvenida a las personas refugiadas.

El próximo mes, los líderes del G20 se reunirán en Turquía, el país en cuyas costas apareció el joven Aylan Kurdi y que actualmente acoge a más de dos millones de personas refugiadas, más que ningún otro Estado.

No deberían salir de la sala hasta que tengan un plan concreto con fechas claras para garantizar de forma íntegra y sostenible la financiación humanitaria de las múltiples crisis de personas refugiadas que hay en el mundo. Cualquier otra cosa sería un fracaso en términos de liderazgo.

Es demasiado tarde para ayudar a Aylan Kurdi o a los otros miles de personas que ya han perdido la vida, pero todavía hay tiempo para cambiar el curso de este fracaso moral y empezar a ayudar a los millones de personas refugiadas que siguen necesitando desesperadamente asistencia humanitaria.

Los líderes mundiales deben hacerlo a partir de hoy mismo, si es que les importa su legado.