Por Salil Shetty
Incluso en una época en la que los derechos humanos sufren un ataque implacable en todo el mundo, las historias e imágenes de sufrimiento humano que han surgido esta semana son terribles. Madres desesperadas en Yemen mecen a sus hijos hambrientos, sabiendo que no les queda nada para darles. La amenaza constante de los ataques de grupos extremistas y bombardeos aéreos agrava su sufrimiento. En Siria, los testimonios de torturas brutales y ahorcamientos masivos en las prisiones nos han recordado una vez más por qué las personas sienten la necesidad urgente de huir del país.
Hace tiempo que el mundo está fallando a las personas de Yemen y Siria, pero la orden ejecutiva de Trump alcanza cotas aún más bajas. Anoche, una corte federal de apelaciones denegó la solicitud del gobierno de aplazar la orden temporal de suspensión que había bloqueado la prohibición de viajar del presidente Trump, lo que significa que ésta sigue suspendida... por ahora. Trump prometió inmediatamente recurrir contra la decisión, y las personas refugiadas que están tramitando el reasentamiento continúan sometidas a una incertidumbre aterradora. La posibilidad de que se les prohíba la entrada en Estados Unidos se cierne aún sobre las personas procedentes de Irán, Irak, Libia, Somalia, Sudán, Siria y Yemen, y es probable que el caso llegue a la Corte Suprema. No debemos olvidar por un segundo que la batalla judicial tiene un impacto en la vida real, rompiendo familias, dejando a personas en un limbo, separando a niños y niñas traumatizados de sus padres.
Es difícil reflejar la magnitud del caos y el sufrimiento que causaría el restablecimiento de la prohibición de viajar. Nos enfrentamos hoy a la mayor crisis de refugiados de las últimas décadas. Diez países, que representan sólo el 2,5 por ciento de la economía global, acogen actualmente al 56 por ciento de la población refugiada del mundo. Un liderazgo decidido de los países ricos podría contribuir a gestionar esta crisis, pero esto es algo lamentablemente ausente.
La resolución judicial de ayer, aunque bienvenida, no afectaba a la parte de la orden ejecutiva de Trump que ha reducido más de la mitad el número de personas refugiadas que acogerá Estados Unidos en el ejercicio fiscal de 2017, al imponer un máximo de 50.000. Muchas personas refugiadas que han logrado salir de zonas de guerra están en países pobres, donde viven en los márgenes de la sociedad en condiciones terribles que esperan que sean temporales. Sin trabajo, separadas de sus familias y tratando de ver un futuro, miles de personas refugiadas vulnerables han visto frustrada su esperanza de reasentarse en Estados Unidos, un país con una larga historia de acoger a quienes huyen de los conflictos.
En el breve tiempo transcurrido desde que llegó a la presidencia, Donald Trump ya ha pisoteado esa historia. Las consecuencias se extenderán mucho más allá de las fronteras estadounidenses. ¿Cuál será el efecto en las políticas de países que acogen a refugiados como Líbano y Pakistán, si uno de los países más ricos e influyentes del mundo recorta tan drásticamente su programa de reasentamiento? Es posible que se muestren reacios a la perspectiva de acoger a su enorme población de refugiada y la devuelvan a sus países de origen: lugares como Siria, Irak y Afganistán, donde el conflicto armado y la enorme inseguridad siguen siendo la realidad.
Esta semana, Trump se sirvió de Twitter para decir: “La amenaza del terrorismo islámico radical es muy real, miren lo que está pasando en Europa y Oriente Medio.”
Es evidente que el propio presidente entiende que las personas de algunos de los siete países de su lista corren un riesgo grave de ser víctimas de actos de terrorismo. Su intento de cerrarles la puerta sólo puede interpretarse, por tanto, como un acto de la máxima insensibilidad y crueldad.
Incluso si dejamos aparte por un segundo las graves violaciones de derechos humanos que aumentarían vertiginosamente gracias a la suspensión del programa de reasentamiento, es evidente que excluir a personas que huyen de la guerra alegando la protección de Estados Unidos del terrorismo adolece de una penosa falta de lógica. Las personas refugiadas son a menudo víctimas de actos de terror, no los perpetradores. Que uno de los hombres más poderosos del mundo no sea capaz de entender la diferencia es francamente alarmante.
Al imponer su prohibición de viajar, Trump está espantando a algunos de sus aliados más importantes en la lucha contra el terror: las demás personas que han sufrido a manos de grupos armados como el que se autodenomina Estado Islámico. La verdadera amenaza para la seguridad estadounidense procederá de sabotear estas lealtades y hacer que aumenten cada vez más las personas hostiles a Estados Unidos. Pero Trump ha decidido no ver las cosas que tenemos en común con las personas refugiadas o no escuchar sus historias. Sólo ve diferencias y fronteras, y ahora es nuestra obligación común impedir que se propague esta mirada.
La prohibición de entrada de las personas refugiadas sirias y del reasentamiento inflige sufrimiento deliberadamente a algunas de las personas más vulnerables del mundo, todo bajo el ridículo pretexto de proteger a la ciudadanía estadounidense. Pero de forma creciente, esa ciudadanía está enviando el mensaje de que esta prohibición no la representa, de que es contraria a todo lo que su país dice defender. Un enorme número de personas ha salido a la calle para protestar y su valiente activismo debe inspirarnos a todos.
Nuestra respuesta a la xenofobia y al racismo debe ser la solidaridad y la fuerza. La historia no ve con buenos ojos a quienes vuelven la espalda a los vulnerables, y debemos aceptar nuestra responsabilidad compartida de defender nuestros principios en esta peligrosa época. Nos esperan días de oscuridad a todas las personas a las que nos importan los derechos humanos, especialmente a las refugiadas, pero la enorme oposición cívica y las acciones judiciales que ya estamos viendo muestran que aún hay luz. Donde Donald Trump separe a las familias, nosotros debemos tratar de unir. Donde él ataque, nosotros debemos acoger. Donde él trate de cerrar puertas, nosotros debemos luchar para mantenerlas abiertas.