De Anna Shea, Refugee and Migrant Rights Advisor/Researcher at Amnesty InternationalEste mes de abril, un soldado griego ocupó los titulares de la prensa internacional tras haber rescatado a varios refugiados frente a la costa de una isla griega. Antonis Deligiorgis recibió el apodo de "héroe griego de la playa", pero él fue más modesto: "Sin pensarlo realmente dos veces, hice lo que que tenía que hacer".
Y no es el único. En las islas griegas como Leros y Lesbos, las redes locales de habitantes trabajan día y noche para ofrecer comida, ropa seca y albergue a las personas refugiadas que acaban de llegar.La compasión humilde de Antonis y de los habitantes de las islas contrasta rotundamente con la posición de la mayoría de los gobiernos, cuyo principal objetivo parece ser mantener a las personas refugiadas y migrantes lejos de sus fronteras.Ante la peor crisis de refugiados que hemos presenciado en décadas, los países ricos están cerrando sus puertas a los 19,5 millones de personas refugiadas en el mundo, dejándolas en manos de bandas de delincuentes que se aprovechan de su desesperación. La causa del problema no está en los traficantes; está en los gobiernos que no han actuado con la misma decencia humana elemental que han demostrado tantas personas como Antonis Deligiorgis.Hace unos días, Amnistía Internacional advirtió de que, a nivel mundial, la situación de las personas refugiadas no era tan extrema desde el final de la Segunda Guerra Mundial, hace 70 años. La crisis de Siria es la mayor catástrofe humanitaria de nuestra época, con 4 millones de personas refugiadas luchando por sobrevivir en los países vecinos y otros 7,6 millones de personas desplazadas dentro de sus fronteras. Otros conflictos menos conocidos son igualmente devastadores: tres millones de personas refugiadas huyen de los abusos contra los derechos humanos en Sudán del Sur, Nigeria, Burundi y otras partes de África subsahariana.Estas personas hacen lo mismo que haríamos cualquiera de nosotros si nos viéramos atrapados en circunstancias intolerables: huyen. Para lograrlo, lo arriesgarán todo. A veces, lo único que les queda por arriesgar es su propia vida.Es escandaloso lo poco que están haciendo los países más ricos del mundo para ayudar a la gente a abandonar los lugares donde sus derechos y su vida corren peligro. La comunidad internacional ofrece dinero, pero no el suficiente para abordar la magnitud sin precedentes de esta crisis. Más importante aún es que los países ricos son tacaños cuando se trata de ofrecer a las personas refugiadas un nuevo hogar, en forma de programas de reasentamiento.Esto implica que los países que están asumiendo la responsabilidad en relación con esta crisis masiva son, normalmente, los que tienen menos capacidad para hacerlo: el 86% de las personas refugiadas en el mundo vive en países en vías de desarrollo. Turquía, Paquistán y Líbano albergan cada uno a más de un millón de refugiados. La cantidad de plazas de reasentamiento que hay en todo el mundo para personas refugiadas procedentes de Siria representa poco más del 2% de las que viven en los países de acogida vecinos. Y, en 2013 se reasentó a menos de 15.000 personas refugiadas de todo el continente africano.Los programas de reasentamiento de los países ricos son muy insuficientes. Esta ausencia de formas legales y seguras de encontrar refugio está literalmente matando gente.Cada año, miles de personas perecen en su intento de buscar asilo. Mueren de inanición y abusos, ahogadas, por deshidratación y por enfermedades.En abril de 2015, más de mil personas fallecieron en solo diez días tratando de llegar a Europa. En mayo de 2015, miles de personas permanecieron durante semanas en barcos a la deriva frente a las costas de Tailandia, Malaisia e Indonesia, mientras estos países las devolvían mar adentro o discutían entre ellos sobre lo que había que hacer.La indignación pública sobre estos sucesos ha obligado a los gobiernos a actuar, aunque sea a regañadientes.Aunque Malaisia e Indonesia finalmente anunciaron que permitirían desembarcar a 7.000 personas abandonadas en el mar, la protección que ofrecen será temporal y estará condicionada al apoyo de la comunidad internacional para la repatriación y el reasentamiento.Los barcos adicionales que los gobiernos europeos han desplegado en el Mediterráneo funcionan, puesto que en los últimos seis meses ha habido muchas menos muertes. Sin embargo, la única forma de reducir el número de personas que arriesgan su vida en el mar en manos de traficantes es que los países de la Unión Europea acepten reasentar a un número considerable de personas refugiadas y abran otros cauces seguros para llegar a Europa.Dadas las evidentes limitaciones de la respuesta de la comunidad internacional a este tipo de tragedias, muchos gobiernos parecen estar tratando de desviar la atención de sus fracasos y describen la crisis mundial de personas refugiadas como un problema de tráfico y trata de seres humanos. Tienen razón, pero no tal y como lo plantean. Los gobiernos dicen que los traficantes son el problema, pero, en realidad, el tráfico o la trata de personas son el resultado; la causa principal es la insuficiente acción por parte de los gobiernos.Cuando las personas están desesperadas, nada puede impedir que se vayan. Los gobiernos son moralmente responsables de impedirles utilizar cauces legales y seguros, obligándolas así a utilizar los servicios de traficantes o haciéndolas vulnerables a la explotación a manos de los traficantes.Las acciones de los gobiernos contrastan rotundamente con el comportamiento de la gente corriente y de las comunidades que, a menudo, tratan a estos recién llegados con la dignidad que está flagrantemente ausente en las políticas oficiales de muchos gobiernos. La migración ha sido siempre parte de la condición humana. Impedir que las personas se muevan y castigarlas cuando lo hacen es un error y está condenado al fracaso.Los gobiernos deben poner fin a su conspiración para el abandono y afrontar la crisis mundial de personas refugiadas, empezado con un compromiso incondicional de salvar vidas en primer lugar. Los compromisos de financiación y reasentamiento que se requieren con urgencia son peticiones razonables y realizables. Las personas refugiadas no necesitan heroísmo, sino sencillamente una elemental decencia humana.