Por Josefina Salomon, del equipo de Amnistía Internacional en BogotáAngélica nunca está sola. Vaya a donde vaya la acompañan dos guardas de seguridad armados en un vehículo blindado. Para Angélica, viajar sola es demasiado peligroso. Es una activista de derechos humanos colombiana que trabaja para proteger a las sobrevivientes de violencia sexual en el contexto del conflicto armado de Colombia, que ya dura 45 años.Pero la defensa de los derechos humanos es una tarea muy peligrosa en Colombia.Durante los últimos decenios, muchas de estas líderes han recibido amenazas, algunas han perdido la vida, y otras han sido objeto de violencia sexual a causa de su trabajo."En Colombia, ser mujer y activista de derechos humanos es como ser kamikaze en Irak", nos dijo Angélica durante nuestra reciente visita al país sudamericano. "Tenemos que asumir la tarea de defender nuestros propios derechos y de capacitarnos para ello."En noviembre de 2009, Angélica fue víctima de abuso sexual, al parecer obra de paramilitares. La golpearon con tal brutalidad que aún sufre las consecuencias del abuso.El ataque se produjo tras una serie de amenazas que recibía desde 2008, cuando trabajaba para proteger los derechos de mujeres de toda Colombia que sufrían abuso sexual."Estaba aterrada. Cuando los hombres abusaron de mí, me golpearon, lo primero que me advirtieron fue que no lo denunciase. Me dijeron que les mirase bien a la cara porque podría verlos de nuevo en cualquier momento."Un año después, un grupo de hombres siguieron y atacaron a una de sus hijas, que había ido a la capital, Bogotá, para matricularse en la Universidad.Al contrario que muchas otras mujeres, Angélica denunció las amenazas y el abuso sexual a las autoridades, pero apenas se hizo nada para investigar lo ocurrido y procesar a los responsables."Desde que sufrí el abuso hace tres años, el Estado ni siquiera me ha facilitado realizar la prueba del VIH ni ningún tipo de asistencia psicológica, a pesar de que ya hace tiempo que lo vengo solicitando."La situación se tornó tan preocupante que a comienzos de 2010 solicitó medidas de protección a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, un órgano regional de derechos humanos. En abril de 2011, las autoridades colombianas ya le habían proporcionado dos guardas de seguridad armados y un vehículo blindado.Aunque la protección la ayuda a mantenerse a salvo, la vida de Angélica ha cambiado por completo al estar continuamente acompañada por guardaespaldas.Al igual que otras activistas de derechos humanos que están en programas de protección similares, Angélica afirma que esto ha repercutido negativamente en su vida social y familiar, y que vive con el constante temor de que alguien se infiltre en su seguridad."En cierto modo, el programa de protección no deja de ser irónico. Cuando llegué a mi barrio con un vehículo enorme, mi casera me aumentó el alquiler, porque pensó que me había tocado la lotería. Si voy a un restaurante, también piensan que soy rica y me cobran más."Las amenazas no han cesado ni siquiera con el programa de protección. En junio de este año, su nombre y el de otros activistas aparecieron publicados en dos folletos firmados por un grupo paramilitar."Según dice la gente, tras el tercer folleto empiezan a matar …; ya veremos qué pasa," dice Angélica.Muchas activistas de derechos humanos como Angélica nos dijeron que, además de la protección que reciben, el Estado debe procesar a los responsables de los abusos. La única forma verdadera de protegerlas sería garantizar que se castiga a quienes atacan a las mujeres y a las activistas de derechos humanos."Quiero que las autoridades reconozcan que hay mujeres y niñas víctimas de violencia sexual en el contexto del conflicto armado, y que digan públicamente que las activistas de derechos humanos no hacemos nada malo. Lo único que les queda por quitarnos es nuestra dignidad" dijo Angélica antes de irse en su gran auto, con sus dos guardas armados.