Mientras el mundo se prepara para remarcar el Día Internacional contra la Brutalidad Policiaca el 15 de marzo, el miedo y la indignación hierven en una comunidad al noreste de Brasil después de que la policía asesinara recientemente a 12 hombres.
Cuando Natanael de 17 años no volvió a casa después de una salida nocturna con su novia en el vecindario de Cabula en Salvador, la ciudad más grande del noreste de Brasil, su abuela Marina Lima no le dio mucha importancia.Pero la siguiente mañana cuando un vecino tocó a su puerta para entregarle la gorra de beisbol del muchacho ella entendió que lo peor había pasado.A continuación, Marina estaba enfrentando su mayor pesadilla: en la morgue vio el cuerpo de Natanael, plagado de heridas de bala; su cuello y brazo todos.El adolescente fue uno de los doce hombres asesinados por oficiales de la policía local hace seis semanas, el seis de febrero.De acuerdo con la versión oficial de los hechos, los hombres estaban planeando robar un banco y la policía les disparó en defensa propia.Pero la falta de una investigación adecuada y lo testificado por siete personas hacen una fotografía diferente."Mis impuestos pagaron la bala que mató a mi nieto", dijo Marina.El trágico evento debió levantar una marea en todo Brasil, pero no fue así. En cambio, el Gobernador del Estado de Bahía, Rui Costa, envió un mensaje a sus "valientes" oficiales de policía, alabando su "heroica" labor:"Es como un delantero en frente de la portería tratando de decidir, en segundos, cómo va a hacer el gol. Cuando marca, todos los fans en las gradas aplaudirán y la escena será repetida muchas veces en televisión. Si el gol se pierde, el máximo goleador será condenado por su fracaso", dijo el Gobernador después de los eventos.La enferma comparación de una matanza con un emocionante partido de fútbol es una triste ilustración de los problemas de seguridad pública que se siguen experimentando en Brasil -donde principalmente los pobres, los jóvenes afrodescendientes, pagan el precio por las acciones violenta de una militarizada y pobremente entrenada fuerza policial, fuera de control por demasiado tiempo.Llegué a Cabula unos días antes de los disparos mortales y me vi frente a una extraña mezcla de horror, miedo y desafío.Las calles, rodeadas de docenas de tiendas pequeñas, escuelas, bancos y una Universidad, estaban llenas de actividad. El lugar está lleno de niños corriendo por ahí, usando el terreno baldío local como campo de fútbol.Los familiares de los doce hombres que fueron asesinados por la policía están tan asustados que ni siquiera me dicen sus nombres. Se sienten tristes, indignados e intimidados, pero también aterrados de lo que la policía pueda hacerles si abren la boca.Habiendo documentado y siendo testigo de acciones similares de la policía en todo Brasil, tristemente no me sorprenden las cosas que he escuchado. La policía en Brasil asesina y es asesinada en números altos como consecuencia directa de la guerra contra las drogas que termina criminalizando a los pobres mientras la policía recurre a la brutalidad.Según cifras oficiales del Reporte Anual de Seguridad Pública al menos seis personas son asesinadas por la policía en Brasil cada día. Aún así de impactante, esta cifra está probablemente suavizada en tanto la mayor parte de los estados del país prefieren mantener esos datos maquillados.Incluso quejarse de las acciones brutales de la policía puede ser extremadamente peligroso, como experimenté sumándome a una manifestación de miembros de la comunidad y organizaciones de la sociedad civil de Salvador, que marcharon pacíficamente exigiendo justicia.Durante la manifestación, fuimos seguidos por un funcionario de la policía en motocicleta quien eventualmente se paró al lado de mí y me preguntó que qué hacía yo ahí. Los defensores y las defensoras de los derechos humanos sufren acoso e intimidación frecuentemente, e incluso siendo que con posterioridad denunciamos ese incidente a la policía, nadie tomó nota.Después de la protesta, visité el sitio donde ocurrieron los asesinatos. Lo que vi ahí era impactante. La escena del crimen no había sido preservada; guantes plásticos, así como la ropa y las pertenencias de un hombre muerto, seguían ahí en el lugar. Había hasta balas en el piso.Con el tiempo, las llamadas desesperadas de los familiares pidiendo justicia fueron escuchadas y, recientemente, las autoridades estatales dijeron que los asesinatos están siendo investigados.Pero muchas veces hemos escuchado eso antes y muy poco se ha hecho.En promedio, los perpetradores son llevados ante la justicia sólo en el 5 o el 8 por ciento de los homicidios en Brasil. Eso significa que, en la gran mayoría de los casos, los responsables no son nunca investigados y, de ser encontrados culpables, castigados, alimentando así el ciclo de la violencia y la impunidad.En el caso de Cabula, los oficiales que jalaron el gatillo siguen trabajando hombro a hombro con la comunidad, que está viviendo una escena de terror preguntándose quién será la siguiente víctima. Las autoridades deben conducir con prontitud una investigación independiente e imparcial sobre el incidente y retirar a los policías de sus deberes hasta que la investigación finalice.¿Cuánto tiempo necesitarán las autoridades brasileras para despertar ante estos horrores y tomar medidas reales? La vida de miles de personas -muchas de ellas afrodescendientes -está en juego.Por Alexandre Ciconello, Asesor de Derechos Humanos de Amnistía Internacional Brasil