Cuando supieron que iba a haber ataques aéreos sobre su barrio, en el este de Mosul, Wa’ad Ahmad al-Tai y su familia hicieron exactamente lo que les habían dicho.
“Seguimos las instrucciones del gobierno, que nos había dicho: ‘quédense en casa y eviten los desplazamientos’”, ha afirmado Wa'ad Ahmad al-Tai. “Oímos las instrucciones en la radio. Los aviones también lanzaron octavillas. Por eso no salimos de casa.”
Poco después, empezaron a caer las bombas. Los miembros de la familia al-Tai, aterrorizados, estaban acurrucados juntos cuando la casa de al lado se derrumbó sobre ellos. Seis personas perdieron allí la vida la mañana del 7 de noviembre de 2016, entre ellas la hija de tres años de Wa’ad y su hijo de nueve.
Este mes, mientras viajaba por el este de Mosul, oí una y otra vez contar versiones de esta misma historia a familias que habían perdido a seres queridos en los ataques aéreos de la coalición liderada por Estados Unidos contra el Estado Islámico. Llenos de rabia y dolor, los habitantes de Mosul contaban que les habían dicho expresamente que permanecieran en sus casas y que luego éstas fueron bombardeadas cuando se encontraban dentro.
Desde el inicio de la campaña militar, el pasado octubre, Amnistía Internacional ha documentado este tipo de incidentes en repetidas ocasiones. Actualmente, al parecer, las muertes de civiles en Mosul han aumentado, y se ha tenido noticia de que los ataques aéreos efectuados el 17 de marzo mataron a más de 100 residentes del barrio de al-Jadidah, en el oeste de Mosul. Las autoridades iraquíes afirmaron inicialmente que las muertes de civiles habían sido causadas por un ataque del Estado Islámico, pero fuentes del ejército estadounidense declararon posteriormente que Estados Unidos “probablemente desempeñó un papel” y que habían abierto una investigación.
La guerra urbana siempre entraña un enorme peligro para la población civil y sería una ingenuidad esperar que no se produjeran bajas civiles en la operación militar para recuperar Mosul tras casi tres años de brutal dominio del Estado Islámico. La cuestión es si se tomaron todas las precauciones posibles para reducir al mínimo el impacto sobre la población civil. Las instrucciones de permanecer en casa dadas por las autoridades iraquíes a los habitantes de Mosul, incluso si fueron bienintencionadas, pueden haber causado muertes que se podían haber evitado.
Antes de la campaña militar, a la población de Mosul —estimada en más de un millón de personas— le resultaba extremadamente difícil abandonar la ciudad. Las personas capturadas por el Estado Islámico cuando trataban de huir corrían peligro de sufrir castigos brutales e incluso de morir. Desde que en octubre se iniciara la operación para recuperar la ciudad, cerca de 300.000 iraquíes se han visto desplazados de sus hogares.
Mosul se considera el trofeo de la batalla contra el Estado Islámico en Irak, pero muchos residentes me dijeron que se sienten abandonados. Algunos habitantes de Mosul se preguntaban en voz alta si les habían dado esas instrucciones porque el gobierno iraquí y la comunidad internacional no querían soportar la carga de ocuparse de aún más personas desplazadas. Esto sería un ejercicio de cálculo muy cruel, pero, al caminar por Mosul, es fácil entender por qué sus habitantes sienten que ocupan el último lugar en la lista de prioridades.
La vida en Mosul está plagada de horrores. Muchos residentes expresaban un profundo desaliento ante la incapacidad de las autoridades iraquíes y de la comunidad internacional de brindar apoyo a las zonas recientemente recuperadas, y contaban que los habían dejado cavando con sus propias manos en las montañas de escombros, buscando los cadáveres de sus seres queridos.
Al inspeccionar un lugar donde había impactado un ataque aéreo en Hay al-Dhubbat, un barrio del este de Mosul, encontré una cabeza entre los escombros.Los supervivientes y familiares de víctimas que se encontraban allí dijeron que, por el pañuelo verde, se trataría de una mujer que había muerto junto con sus ancianos padres el 10 de enero en un ataque aéreo de la coalición. En otras zonas de la ciudad, los cadáveres de combatientes del Estado Islámico yacían entre los escombros y en las esquinas de las calles, algunos de ellos parcialmente devorados por perros callejeros.
Los habitantes de Mosul también tienen que lidiar con el hecho de que gran parte de las infraestructuras de la ciudad —especialmente la red eléctrica y el suministro de agua— está en ruinas. Las mujeres y los niños han recurrido a las carretillas para transportar recipientes con agua desde los puntos de distribución, pero aun así han de emplear el agua con moderación.
“Tenemos suficiente agua para beber y cocinar, pero no queda mucha para lavar”, me contó una persona que vive allí. Más de dos meses después de la toma de Mosul, prácticamente no queda ninguna instalación médica en el este de la ciudad. Algunas clínicas pequeñas ofrecen la atención primaria más elemental, insuficiente para una zona de guerra.
El personal médico y de enfermería sobre el terreno dice que trabaja sin remuneración y que hay una grave falta de medicamentos y equipos. En una clínica, el personal me mostró que dos de sus tres ambulancias estaban averiadas. A veces, personas que han sufrido heridas terribles pasan semanas e incluso meses sin recibir atención adecuada.
No sorprende que la gente esté furiosa ante tanta destrucción y que ponga en entredicho el momento elegido y los métodos empleados en la operación de Mosul.
“Los militantes del Estado Islámico estaban por todas partes y no podíamos hacer nada al respecto”, explicaba Mohammed, residente del distrito de Hay al-Dhubbat que perdió varios familiares en un ataque aéreo de la coalición. “Si te enfrentabas a ellos, te mataban. Han gobernado esta ciudad dos años y medio, y durante ese tiempo raramente los han atacado. ¿Por qué destruyen ahora nuestros hogares con nuestras familias dentro para eliminar sólo a dos o tres militantes apostados en el tejado?”
La muerte de familias enteras en sus casas arroja serias dudas sobre la elección de objetivos y armamento por parte de la coalición. El uso de escudos humanos por parte del Estado Islámico está bien documentado. Quienes llevan a cabo los ataques son conscientes del peligro para la población civil y deben tomar todas las precauciones posibles para reducir el daño al mínimo. ¿Por qué entonces los combatientes del Estado Islámico que irrumpen en los tejados o en los patios de zonas civiles son atacados con grandes bombas que arrasan las casas?
No es de extrañar que muchas personas me dijeran que sienten que están pagando por los crímenes del Estado Islámico. Un hombre describía el terrible momento en el que su hijo de cinco años había muerto por la metralla del disparo de un mortero, probablemente efectuado por fuerzas iraquíes, en una zona civil densamente poblada: “Quedó casi completamente decapitado.”
Puede que tan trágica pérdida no fuera totalmente evitable, pero se podía y se tenía que haber hecho más para reducir ese riesgo al máximo.El reciente anuncio de una investigación sobre las muertes de 150 civiles a manos de la coalición liderada por Estados Unidos es positivo, pero debía haberse producido hace mucho tiempo. Es vital que la investigación sea independiente, y más transparente y efectiva que lo que han sido otras investigaciones recientes del ejército estadounidense sobre los ataques con muchas víctimas civiles.
Tras el bombardeo de Estados Unidos sobre un hospital de Médicos Sin Fronteras en Kunduz, Afganistán, que se saldó con 42 personas muertas y otras 43 heridas en octubre de 2015, la fuerte presión internacional hizo que se llevara a cabo una investigación, pero ésta concluyó con poco más que algunas sanciones administrativas. Teniendo en cuenta las conclusiones publicadas, no está claro por qué se permitió seguir adelante con el ataque.
Sigue habiendo interrogantes inquietantes sobre las decisiones adoptadas por las fuerzas iraquíes y de la coalición, y alguien debe responder. Si no se tiene en cuenta el futuro de la gente de Mosul, de aquellas personas que tanto han sufrido bajo la tiranía del Estado Islámico, “victoria” será una palabra hueca.